jueves, 24 de septiembre de 2009

La danza fea


En 1923, nuestro país fue visitado por un ilustre filósofo alemán, ahora semiolvidado, Hermann Keyserling. El curioso e insomne Conde arribó justo para las celebraciones de fiestas patrias. Las autoridades locales - con la mejor intención - decidieron invitarlo a las ramadas del Parque Cousiño. El noble pensador quedó horrorizado. Hernán Godoy en su libro El Carácter chileno, al igual que Hernán Millas en Una Loca Historia de Chile recuerdan su impresión de la danza nacional: "Cuando mas violentamente es bailada, cuanto mas feos son los bailarines y, sobre todo, mas viejas y avellanadas y deformes las mujeres, mas castizo estilo se le encuentra... Ninguna de las telas pintadas por Teniers o Brueguel se halla tan por entero bajo el signo de la fealdad estilizado como la realidad de ésta fiesta", escribió luego de su visita.

Millas cuenta que el Conde sólo se tranquilizó cuando supo que el baile únicamente se practicaba para las fiestas patrias. Keyserling terminaba su recuerdo con palabras que podrían haber sido tomadas de algún diario de ésta semana: "El final es de un salvajismo tal que la policía tiene que intervenir, porque en su ebriedad los concurrentes transforman el lugar en un campo de batalla. A la noche siguiente ingresa a los hospitales una multitud incréible de heridos".

Keyserling propuso a nuestro país como el campeón del feísmo, al igual que los franceses del impresionismo y los alemanes del expresionismo. ¿Tendría razón Keyserling?. Veamos.



La pintura que precede éstas líneas es una obra de Pieter Brueguel, La Danza de los campesinos. Un aire de embriaguez atraviesa la fiesta popular, que ha tomado la calle. Aquí y allá. rostros animalescos, torpes, parecen girar sin control. La fealdad atrapa, fascina, la fealdad se puede compartir, no discrimina, no provoca envidias, es democrática. Humberto Eco en su Historia de la Belleza nos dice que al pasar de la Edad media a la moderna cambia la postura que se había mantenido frente al monstruo. Entre los siglos XVI y XVII, médicos como Ambroise Paré y coleccionistas de maravillas con Athanasius Kirchner no logran liberarse de la fascinación de las voces tradicionales, y junto a malformaciones perturbadoras, incluirán en sus tratados a auténticos monstruos, como la Sirena y el Dragón.

Sin embargo, el monstruo pierde carga simbólica y es visto con curiosidad naturalística, científica, como prueba de los misterios aún no revelados por la naturaleza. Brueguel hace evidente que el arte no se relaciona sólo con la belleza, sino con lo fascinos. Curiosidad precientífica, fascinación natural, espíritu democrático sostienen el pincel de Brueguel. El pintor estiliza la escena. Brueguel nos quiere decir que lo bello acá es el orden en su conjunto, redimiendo así la fealdad de los danzantes.

¿La vida colorida del bajo pueblo holandés que nos pinta Pieter Brueguel - y autores como Eco y Johann Huizinga en El Otoño de la Edad Media - es similar a la nuestra?.



Ésta obra es La Zamacueca de Arturo Gordon. Comparémoslo con La Danza campesina. Gordon es realista y no pretende idealizaciones, fue llamado en su tiempo el Goya chileno. Lo primero que llama la atención es la oscuridad. El baile se realiza en la penumbra y en el interior de un salón pobre. Los personajes se ven incómodos consigo y los demás. No hay risas, no hay besos. El único bailarín es un ebrio que se tambalea ante un mujer que mira hacia el pintor y parece querer huir. No hay alimentos sobre la mesa, sólo vino. No hay niños. El pintor no simpatiza, al igual que los personajes entre si. El baile y la gente es fea, es baile sin redención, degrada, ¿puede haber un contraste mas violento que el de ambas pinturas?. Pues si. Veamos ahora la representación más conocida de nuestro baile nacional, La Zamacueca de Manuel Antonio Caro.



Caro, un pintor costumbrista formado en Francia, hace un esfuerzo encomiable por dotar de belleza a nuestro baile nacional. más allá del enorme e impoluto trasero blanco del bailarín, de los rostros mas bien feos de quien asisten la escena, la profusión de colores confiere al cuadro una animación mayor que la versión de Gordon. Hasta se ha encargado de introducir un niño y un perro a la escena, para darle un aire familiar. La presencia de un ebrio que amenaza con interrumpir el baile es sin embargo inevitable, es demasiado omnipresente para eliminarla. Aquí la comida abunda y los rostros muestran una felicidad convencional, cierto savoir-vivre, y los bailarines, mucho charme. Allez, ¿no les parece que algo no encaja?.

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