sábado, 26 de septiembre de 2009

Llegando los bárbaros I



En las Estancias de Rafael hay una obra, titulada Encuentro entre el papa León El Grande y Atila, por costumbre atribuida al de Urbino de lo que algunos modernamente dudan. La obra ensalza el momento en que León sale al encuentro del legendario Rey de los Hunos, convenciéndolo - con argumentos nunca bien aclarados entre los que se conoce el pago de una fuerte suma de dinero - de no atacar Roma. El éxito de tal misión papal fue - era que no - atribuido a un milagro, y estimuló por siglos la imaginación de los artistas, llegando mas tarde Algardi a tallar su Atila expulsado por el Papa León I El Magno, lo que resulta, a todas luces, ridículo.

Pues bien, Rafael divide la escena entre claridad y luz. De un lado el Papa y su comitiva, toda luz y serenidad. Sobre ellos, los santos Pedro y Pablo se aproximan desde el cielo. Hacia la derecha, en cambio, la escena es convulsionada, el cielo se oscurece formando una suerte de cabeza perruna, los caballos se encabritan, los rostros de ferocidad que se asoman desde el enorme ejército parecen hablar de una fuerza maligna imposible de contrastar.

Los historiadores modernos están de acuerdo que Atila no entró en Roma por propia conveniencia, no porque haya sido convencido por el papa. Sus tropas estaban cansadas de luchar, la batalla de los campos catalaunicos habia sido durísima y además, debía volver a sus tierras por problemas internos. Pero hay otro motivo por el cual - tal vez - Atila no quiso saquear la ciudad.


Y es que los bárbaros no están sólo donde se suele pensar. Atila, a la edad de 13 años marchó a Roma como rehén amistoso, es decir, en una calidad equivalente a la de un moderno alumno de intercambio. Aprendió a escribir y leer latín y griego y luego de 4 años se hizo con un importante acervo de historia y costumbres romanas. Era un hombre de cultura superior para su época. Pienso que es posible que considerara su grata estadía en Roma, que recordara todo lo allí aprendido y que - a última hora - no quisiera entregar a la hermosa ciudad al saqueo y la destrucción. A su vez, León I, el santo - primer Obispo de Roma en ser llamado Papa -, fue un feroz perseguidor de herejes priscillianos y pelagianos y de la secta rival de los maniqueos. Su santidad no pudo evitar que 3 años mas tarde la ciudad fuese saqueda por Genserico, hecho del cual Algardi parece olvidarse. Éste Papa era un bárbaro, y el bárbaro Atila, un hombre de cultura superior.

Tal vez convendría ver el mural como una expresión del alma humana, medio noble, medio brutal, donde lo noble suele ocultar lo bárbaro y el bruto, algo del espíritu santo.

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