jueves, 15 de octubre de 2009

Campamento minero




En los buenos y viejos tiempos, la humanidad ya era capaz de crear, junto a monumentos de belleza irrefutable, que adornaban ciudades llenas de vida y placeres, lugares donde vivir era un tormento. Ya en la República - no me pregunten cual, ustedes saben, La República - el lugar para ladrones, asaltantes de caminos, asesinos y violadores afortunados - es decir, vivos -, se encontraba allá, lejos de la opulencia de los frescos jardines, los foros gloriosos y las fuentes de agua cristalina. Las cárceles no existían y nadie se cuestionaba acerca del valor de la libertad. Salvo algunos importantes prisioneros, enemigos del estado, - como Vercingétorix, Yugurta, que pararon en el Tullianum, hoy Carcel Mamertina, antes de ser exhibidos y ejecutados en público - el destino de los condenados eran sólo dos, la galera, - y remar como chusma hasta morir - o la Damnatio ad Metalla, que ahora pasó a explicar.

La Damnatio ad metalla era la condena por un delito público consistente en trabajos forzados en las minas del imperio, y de por vida. En Hispania primero, y luego mas lejos, en los infernales desiertos fronterizos, los mineros trabajaban para el Estado hasta morir. En aquellas soledades infernales, darse a la fuga alejándose del campamento resultaba en una muerte segura. A pesar de ello los condenados - que según toda evidencia morirían en los túneles y canteras en que laboraban sin protección alguna -, intentaban huir cada vez que podían.





Hoy, los mineros tienen mas fortuna. Todos los viernes en la tarde, los aeropuertos de Calama y Antofagasta están atestados. Los pasajeros se agolpan en escaleras y salas de espera. Se trata de cientos de mineros que viajan a su tierra, a los brazos de sus familias y amigos. Es una fuga masiva: huyen. Los que no pueden volar, cuentan con los buses interurbanos, que redoblan su oferta ése día. 

¿Pero por qué huyen?. Nadie los ha traído a estos desiertos contra su voluntad, no han cometido delito ni han sido separados de sus familias por ello. El caso es que permanecer acá, en éstas Metalla, sigue siendo un castigo. Antofagasta y Calama son ciudades sin comodidades, sin identidad, sucias, desarrolladas sin planificación, faltas de cariño, sin plazas, parques o lugares de esparcimiento adecuados, son, sin mas, meros campamentos mineros hiperdesarrollados, donde todos vienen a trabajar y muy pocos a vivir. 

¿Hay algo por hacer?, si, y mucho. Ésa es la tarea, que vivir acá no sea un castigo, sino una opción, que el centro del mundo, los afectos, la familia, los amigos, estén acá, y no allá lejos, donde el pensamiento vuela cada fin de semana.                                                                                                   

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